El ensayo ha sido publicado por primera vez en inglés por First Things.
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En su libro Discovering the Human Person: In Conversation with John Paul II, narra Stanisław Grygiel sus recuerdos del santo Papa, de quien fue discípulo y amigo[1]. Comienza evocando sus conversaciones filosóficas por senderos de montaña, que Grygiel llama “senderos de la verdad”. En la portada del libro aparece una foto de Juan Pablo II que tomó el mismo Grygiel cuando paseaban por aquellas rutas. Hablaban del hombre y de Dios, y de la unidad inseparable de ambos que, cuando se rompe, termina en desprecio criminal de la persona humana. De vez en cuando, recuerda Grygiel, interrumpían su conversación con una oración silenciosa, que “transformaba su intercambio de palabras en escucha de la Palabra”.
Mis recuerdos de Stanisław Grygiel, que falleció el pasado 20 de febrero en su casa de Roma, nacen también de múltiples conversaciones que rebosaban de su experiencia viva, y que abrían el camino al misterio. Me gustaría evocar, para recordar a este gran maestro y amigo, precisamente el modo en que su reflexión sobre el hombre abría senderos hacia Dios. Lo hacía muchas veces con historias y anécdotas, para volar a ras de lo concreto.
Le gustaba relatar, por ejemplo, la visita de un comisario comunista a un pueblo de campesinos en la montaña polaca para instruirles sobre el ateísmo. Reuniéndoles en asamblea les demostraba con abundantes pruebas que Dios no existía y que, además, no tenía derecho a existir. Entonces, en el turno de preguntas, se ponía de pie uno de los asistentes: “Muy bien, Excelencia, hemos comprendido que Dios no existe y que no tiene derecho a existir. Pero, ¿sabe? nosotros somos gente sencilla y no nos preocupan temas tan elevados; querría preguntarle, más bien: ¿por qué no hay clavos en nuestras tiendas?” El comisario, superando un inicial nerviosismo, demostraba que, a causa del desarrollo industrial necesario para el resto del país, no había clavos en las tiendas ni derecho a que los hubiera. Intervenía de nuevo el mismo lugareño: “Gracias, Excelencia, por su demostración. Pero, ¿sabe una cosa? Si usted va a nuestras tiendas, verá que están llenas de clavos”.
De esta forma enseñaba Grygiel que todo razonamiento es mero juego lógico si no parte de una raíz vital. Es decir, si no se acude a la “experiencia originaria” del hombre (distinta del “experimento” con el hombre) es posible demostrarlo todo y lo contrario de todo. Y así se habla de la ausencia de clavos en las tiendas sin haber ido antes a las tiendas, o se habla de Dios sin haber acudido antes al lugar donde se revela lo sagrado. ¿Y dónde se revela? Es en la comunión de personas, insistía Grygiel, donde la vida se abre al misterio. Por eso, fuera de ese espacio comunional es imposible ser filósofo, es decir, es imposible amar la sabiduría.
La experiencia de Dios, de este modo, no se encuentra en un ámbito separado y alejado del vivir corriente. Al revés, el encuentro con Dios brota en el encuentro con el hombre. Grygiel lo expresaba a través de una historia jasídica de las recopiladas por Martin Buber, que tanto le fascinaban[2]. El rabino, en la escuela, lanza este reto a uno de los alumnos: “Te doy un chelín si me dices donde está Dios”. Y el niño responde: “Y yo te doy dos chelines si me dices dónde no está Dios”. Lo sagrado no era para Grygiel una excepción apartada del resto de las cosas, sino la regla que sostiene todo, como la luz que permite ver cada uno de los colores.
Grygiel podía así mirar a Dios como fuente de donde toda la realidad manaba. Recuerdo su exégesis del poema Tríptico Romano, publicado por Juan Pablo II hacia el final de su Pontificado[3]. Se detenía Grygiel sobre la imagen primera: el poeta ve descender por el bosque el arroyo de montaña y se pregunta: “arroyo, ¿dónde te encuentras conmigo?” El arroyo se convierte en invitación a buscar la fuente de donde mana lo creado. El ascenso del hombre se hace así ascenso hacia el origen, hacia el lugar creatural y manante de todos los dones. Es aquel “principio”, del que tanto habló Juan Pablo II en su Teología del cuerpo, cuando Dios los creó hombre y mujer y les regaló el cuerpo y el amor mutuo para que, juntos, le buscasen a Él a través del amor y del cuerpo. Y Grygiel terminaba su explicación invitando a adorar el misterio. Pues eso es precisamente lo que hace quien, tras larga ascensión, encuentra la fuente: arrodillarse para beber de ella.
Dios no es visto aquí, entonces, como fundamento y apoyo estático, sino como continuo manantial de frescura vivificante que todo lo fecunda y renueva. Evocando con Grygiel al poeta polaco Cyprian Norwid, podemos decir que la belleza del manantial nos eleva al trabajo y el trabajo nos hace resurgir. Grygiel recordaba con frecuencia a Henri de Lubac, cuando le preguntaban si tenía fe. “No sé si tengo fe. Pero una cosa sé. ¡Quiero creer!” Lo sagrado aparece entonces como horizonte hacia el que nos encaminamos, ascendiendo los senderos de la verdad, atraídos por la “belleza difícil”[4].
En este camino no faltan obstáculos. Grygiel denunció con clarividencia las vías que llevan a nuestra civilización europea hacia una traición de su misma esencia, si se olvida de Dios. Pero ante estos escollos su esperanza no disminuía, sino al contrario. En una ocasión, cuando atravesábamos juntos una situación difícil en el instituto Juan Pablo II, me llamó para urgirme a que buscara la poesía Patmos de Friedrich Hölderlin y leyera los primeros versos. Así lo hice, tras colgar el teléfono: “El Dios / está cercano y es difícil de atrapar / pero donde acecha el peligro / allí crece también lo que nos salva”[5]. En la misma situación de peligro crece también, según la la lógica de la cruz, la salvación ofrecida al hombre. Ya Platón, el filósofo más querido de Grygiel, intuía que la paga del hombre justo es sufrir azotes y ser crucificado.
Precisamente este amor de Grygiel por Platón, a quien consideraba muy superior a Aristóteles, nacía de la apertura de la mirada platónica hacia Dios. Aristóteles, por el contrario, más preciso en sus análisis, más observador de lo concreto, parecía a Grygiel que no elevaba lo bastante la vista. En las historias jasídicas de Buber se encuentra esta otra, que refleja bien el sentimiento de Grygiel[6]. Pregunta el rabino cuál es la diferencia entre el conocimiento del filósofo Aristóteles y del profeta Ezequiel (Grygiel ponía aquí a Platón). Se le responde que, si ambos entrasen en el palacio del gran rey, Aristóteles se iría deteniendo en cada tapiz y en cada adorno, admirando la finura de sus hilos y el arte de su dibujo con ojos de experto. Ezequiel, por el contrario, recorrería las habitaciones tendido hacia delante repitiendo: “¡esta es la casa del rey, esta es la túnica del rey! ¡Pronto veré a mi Señor, el Rey!” La luz de este deseo por encontrar al Rey ha permitido a Stanisław Grygiel iluminar de forma nueva toda la realidad. En cada evento, en cada encuentro, se ha preguntado por el Rey y Señor, y ha inaugurado rutas hacia Él.
Evocando estos senderos de la verdad que recorría con Juan Pablo II, Grygiel afirma que estas conversaciones prosiguieron tras la muerte del Papa, porque viven en Cristo, que es la Verdad que nos une eucarísticamente. La fe nos permite a sus amigos seguir conversando con Stanisław, aplicandole las palabras que él escribió en Discovering the Human Person: “Dios es tan fiel que no permite que nada nos arrebate nuestra vida. Transfigura esta vida, para salvarla de la aniquilación. Precisamente por eso aquellos que todavía viven ‘aquí abajo’ hablan con aquellos que ya viven ‘allí’. Su conversación no se interrumpe”[7]. Y en esta conversación que no se interrumpe seguimos experimentando la frescura vivificante del manantial.
[1] S. Grygiel, Discovering the Human Person: In Conversation with John Paul II (Humanum Press: Grand Rapids, MI 2013).
[2] M. Buber, Die Erzählungen der Chassidim, Manesse Verlag: Zürich/München 2014.
[3] Juan Pablo II, Trittico Romano, LEV: Città del Vaticano 2003.
[4] K. Wojylta, Hermano de nuestro Dios, Acto II, párrafo 7, in fine, en The Collected Plays and Writings on Theater, University of California Press, Berkeley – Los Angeles – London 1987, 227.
[5] Friedrich Hölderlin, Sämtliche Werke und Briefe (ed. M. Knaupp), Band 1: Gedichte, Munich, Carl Hanser Verlag 1992.
[6] Buber, Die Erzählungen der Chassidim, op. cit., relatos de Israel de Rizhyn.
[7] Grygiel, Discovering the Human Person, op. cit.
José Granados è dottore in teologia e professore di teologia del matrimonio e della famiglia. È il Superiore Generale dei Discepoli del Cuore di Gesù e di Maria. È autore di numerosi libri.